¿Por qué el ruido vuelve a ser político?
¿Alguna vez has sentido que el mundo te pide callarte, ser pulcro o encajar en algo que no sientes tuyo? En un tiempo de voces moderadas y vidas optimizadas, el ruido irrumpe como un grito que no pide permiso. No es solo sonido: es un acto de desobediencia, un desafío a lo que se espera de nosotros. Pero, ¿por qué hoy, más que nunca, el ruido es político?
El ruido como resistencia
En una época donde todo debe ser predecible, productivo y “agradable”, el ruido raspa, distorsiona, interrumpe. No se explica con armonías limpias ni palabras suaves; es crudo, desobediente, imposible de ignorar. “El ruido es mi manera de decir: no voy a hacer lo que esperas”, declaraba alguna vez el músico experimental Yves Tumor. En un mundo que nos exige tragarnos la rabia, optimizar el tiempo y silenciar la tristeza, el ruido es una pausa al estado robotizado al que nos empujan.
El silencio se ha convertido en norma, la armonía en mandato. Pero el ruido no es un accidente: es resistencia. Es el sonido de quienes se niegan a encajar en un sistema que premia la obediencia y castiga lo que se desborda.

El sonido del cambio
El teórico Jacques Attali lo vio claro: “El ruido es violencia, pero también el anuncio de un cambio”. En su libro Ruidos, explica cómo lo que suena “mal”, lo que molesta, ha sido históricamente una señal de lo que aún no tiene forma ni mercado, pero ya está sucediendo. El ruido es el eco de lo que se está gestando, de lo que no se puede contener.
Hoy, ese ruido adopta nuevas formas. Ya no es solo el punk gritón o el industrial áspero; es el hyperpop saturado, el trap latino distorsionado, el noise digital que se quiebra. Lo escuchamos en el reguetón subversivo de Villano Antillano, quien dice: “Hago música que suena como mi verdad, aunque a algunos les incomode”. Lo sentimos en la producción abrumadora de Arca, en las guitarras inquietantes de Mabe Fratti o en los samples caóticos de Death Grips. ¿Qué sonidos te hacen sentir que no encajas, pero que a la vez te liberan? En estos géneros, el ruido no es solo técnica: es un gesto político, una forma de no suavizar el malestar.
Lo opaco como refugio
El filósofo Édouard Glissant decía que lo opaco es una forma de resistencia. En un mundo que exige transparencia, que todo sea claro y digerible, el ruido es lo opaco sonoro. Es el terreno donde lo no normado, lo no productivo, lo que no encaja en la armonía, encuentra su lugar. Hacer ruido es negarse a ser absorbido por un sistema que quiere domesticarnos.
Piénsalo: cada distorsión, cada frecuencia que “suena mal”, es una manera de decir “no me trago el cuento del éxito”. Es lo que hace una playlist glitch en SoundCloud, un live en Instagram con beats saturados o un concierto under donde el volumen rompe los límites. Como decía la productora SOPHIE: “El ruido es libertad, es romper las reglas del sonido para crear algo nuevo”. El ruido no se explica fácilmente, y por eso es poderoso.
Romper la sala, existir
La autora y DJ Juliana Huxtable lo resume perfecto: “Hay una dimensión política en sonar demasiado, en romper la sala, en ser inescuchable”. Porque lo inescuchable no se ignora: exige presencia. El ruido no es solo fondo, es contenido, es estrategia. Es el sonido de quienes no quieren ser silenciados, de quienes no aspiran a la armonía porque saben que esa armonía fue diseñada para otros.
Este nuevo ruido es disruptivo, periférico, digital. No siempre grita; a veces tiembla, se corta, se pixeliza. Se mueve por canales independientes: un EP subido a Bandcamp, un loop compartido en Discord, una colaboración en un servidor de artistas sin nombre. Es difícil de digerir, y por eso se niega a sonar perfecto. Es el sonido de quienes han sido expulsados del futuro y, aun así, lo están construyendo.

Hacer ruido, hacer comunidad
Frente a un sistema que ofrece bienestar a cambio de sumisión, el ruido es un “no” rotundo. No a la positividad obligatoria. No a la estética del éxito. No al silencio que nos imponen. Pero ese “no” no es solo individual: cuando se graba, se amplifica y se comparte, se convierte en comunidad. Como decía Zach Hill de Death Grips: “El ruido nos une porque es donde podemos ser nosotros mismos, sin filtros”.
Hacer ruido es denunciar, pero también es sostener lo que el sistema prefiere callar. Es habitar lo que no se puede resolver, crear refugio en medio del colapso. Es el grito colectivo en un festival under, el eco de una pista distorsionada que pasa de un DM a otro, el espacio donde nos encontramos quienes nos negamos a desaparecer. ¿Qué ruido estás haciendo para que te escuchen?
Cuando todo parece desconectado, hacer ruido no es solo existir: es una forma de construir un futuro que no nos excluya. Así que sube el volumen, comparte ese track imposible, rompe la sala. Porque el ruido, hoy, es más que sonido: es política, es resistencia, es comunidad.
@lapaodawan / Paola Sanabria

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