Lo amarraste, ¿y ahora qué? Una mirada crítica al amarre desde la historia y el deseo femenino

Hacer un amarre puede parecer una forma de asegurar el amor, pero detrás del ritual hay preguntas incómodas: ¿qué perdemos al forzar el afecto? ¿Reclamamos poder o reproducimos la opresión? Aquí una mirada crítica desde la historia, el deseo y el feminismo.

Hacer un amarre puede parecer una forma de asegurar el amor, pero detrás del ritual hay preguntas incómodas: ¿qué perdemos al forzar el afecto? ¿Reclamamos poder o reproducimos la opresión? Aquí una mirada crítica desde la historia, el deseo y el feminismo.

El deseo como fuerza y trampa

Endulzamientos, amarres, trabajos de amor. Miel, listones rojos, la foto de tu persona amada, un mechón de cabello, palabras dichas en voz baja frente a una vela que arde más de lo debido.

Las mujeres hemos deseado —y seguimos deseando— ser correspondidas. Como diría Zygmunt Bauman, vivimos relaciones “líquidas”: vínculos frágiles en sociedades que privilegian el consumo sobre el compromiso. Y sin embargo, bell hooks nos recuerda que amar es un verbo ético, una práctica de libertad, no de coerción.

Iniciar un amarre pone estas dos tensiones frente a frente: la inestabilidad de nuestros lazos y el deseo desesperado de garantizar reciprocidad, la pregunta aparece cada vez con más fuerza: ¿debería amarrarlo? Antes de prender la vela, vale preguntarnos qué implica hacer un amarre. ¿Qué se pierde cuando tratamos de forzar el amor?

Ephemeral Ariel. Skulls ⊹ Mushrooms. Ariel Rosso x AI. Pinterest, uploaded by Ephemeral Ariel

Breve historia del amarre

Desde la antigua Mesopotamia y Egipto existe la creencia de que es posible influir en el corazón y la mente mediante rituales y hechizos. En Grecia y Roma, los dioses también eran invocados para intervenir en el deseo: con ofrendas a diosas como Afrodita o Venus, se buscaba atraer el amor, y era común el uso de pociones y encantamientos.

Durante la Europa medieval, muchas personas acudían a brujas, hechiceras o curanderas para realizar trabajos de amor. Estos rituales incluían objetos personales, hierbas, talismanes y oraciones. Sin embargo, con el auge del cristianismo y especialmente durante la Inquisición, estas prácticas fueron perseguidas violentamente. La Iglesia no solo criminalizó la magia, sino que castigó con particular dureza a las mujeres que la practicaban.

En América, las culturas mesoamericanas también tenían sus propios rituales amorosos. Se usaban amuletos hechos con colibríes, animales considerados portadores de energía amorosa, y se recurría al uso de plantas como el toloache (Datura stramonium), conocido por alterar la percepción y vinculado con la famosa “agua de calzón”, una de las pócimas de amor más célebres (y peligrosas) del imaginario mexicano. En tradiciones afrocaribeñas como el vudú o la santería, el sacrificio de animales y los rezos específicos son parte de los rituales de atracción.

Hoy, gracias al sincretismo y a la circulación de saberes mágicos, es posible encontrar en internet desde curanderas con formación ritual hasta tutoriales en TikTok para hacer hechizos de amor con azúcar, canela y la foto de tu ex. El problema: mucha de esta magia se difunde sin contexto, sin raíces y sin advertencias sobre las implicaciones éticas, emocionales y energéticas que puede tener.

La magia ha sido históricamente una herramienta de agencia para mujeres en contextos donde el acceso al poder estaba vetado. Como dice Silvia Federici, la bruja representa la figura de una mujer insumisa, poderosa, que conoce los secretos del cuerpo, la reproducción y el deseo. Maria Lugones dice al respecto que la colonialidad del poder rompió nuestras formas de conocimiento, pero en las grietas quedó la magia como gesto de resistencia. Reapropiarnos de esa figura es valioso. Pero también es necesario preguntarnos: ¿qué clase de poder estamos ejerciendo cuando intentamos forzar el afecto de otra persona? ¿Hasta qué punto estamos reclamando poder… o simplemente reproduciendo formas patriarcales de dominación?

G.M. Meave. Flores que matan, pero primero enamoran. Oleandro, lirios de fuego, acónito, belladona y toloache: todas hermosas, todas letales. De la colección de The Moghoul™.

Amarre y patriarcado: cuando reproducimos lo que nos oprime

Es importante preguntarnos: ¿qué dice de nosotras que tengamos que amarrar a alguien? Las ganas de ser amadas pueden llevarnos a hacer cosas impensables. ¿Estamos reproduciendo la misma lógica patriarcal que nos hiere? ¿Estamos compitiendo por amor como si fuera un bien escaso?

La dependencia emocional es una herencia de la cultura patriarcal, esa que nos enseñó que para ser valiosas necesitamos estar con un hombre. Aunque el feminismo ha abierto caminos para sanar y resistir, las heridas siguen ahí. El amor sigue siendo uno de los campos donde más se cuela el sistema.

Entonces: ¿cuál es el costo de hacer un amarre?

1. Convierte el deseo en obsesión. Un amarre parte de una necesidad legítima: ser correspondida. Pero lo que se obtiene no es amor, sino fijación. El amor real implica reciprocidad, no retención. ¿Queremos un amor forzado o uno libre?

2. No respeta el libre albedrío. Modificar la voluntad del otro rompe un principio ético básico: el derecho a elegir. Una relación sana no puede existir sin consentimiento. ¿Cómo sería estar con alguien que no está ahí por voluntad propia?

3. Te encadenas a lo que deberías soltar. Amarrar a alguien también es amarrarte tú: al dolor, a la ilusión, al ciclo sin fin. Nadie que pierde agencia puede amar plenamente. Lo que obtienes no es compañía, es un eco vacío.

4. Charlatanería y abuso espiritual. Hay personas que se hacen pasar por brujxs o curanderxs para aprovecharse de la vulnerabilidad emocional. Te venden esperanza disfrazada de ritual, lucrando con tu dolor y tu soledad.

5. Costo energético y emocional. Incluso si no crees en la magia, todo acto intencional mueve energía. Forzar un vínculo puede ser contraproducente: puede enfermar, obsesionar, atrapar. Lo que no fluye, se pudre.

6. Desplazas tu centro hacia el otro. Hacer un amarre es decir: “te necesito para estar bien”. Esa narrativa borra tu autonomía y te vuelve dependiente. No te empodera, te limita.

7. Perpetúa el mito del amor como conquista. A nuestras madres y abuelas les enseñaron que el amor lo vale todo. Pero nosotras ya podemos preguntarnos: ¿por qué dar todo por alguien que no nos eligió? ¿Por qué seguir cazando, si podemos habitar?

8. El poder que inviertes ahí podrías usarlo para ti. Todo ritual tiene intención. ¿Y si usas esa fuerza para cerrar un ciclo, recuperar tu energía, reconectar contigo? El verdadero poder no está en retener a nadie. Está en rehacerte.

Ilustración anónima hallada en Pinterest. Su origen exacto se desconoce. Usada aquí con fines críticos para reflexionar sobre el deseo, la magia y la apropiación simbólica del amor.

El amor no se retiene, se cultiva

“Tu felicidad está al alcance de una lágrima”, decía el hada madrina de Shrek. Y tal vez no estaba tan equivocada: muchas veces deseamos tan fuerte que terminamos haciendo magia con las manos temblando.

En una época donde los hechizos están a una búsqueda de Google, es urgente preguntarnos desde dónde estamos lanzando nuestras intenciones. ¿Desde el miedo a estar solas? ¿Desde la falta de reciprocidad? ¿Desde una herida que no hemos mirado?

Trabajar en el amor propio no es una frase cliché: es un conjuro cotidiano. Manifestar a alguien que te elija también implica elegirte tú primero. Y si, aún sabiendo todo esto, decides hacer un amarre, adelante. Solo recuerda: Hacer un amarre no garantiza amor: a veces sólo encadena tu deseo al vacío.

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