Hay imágenes que se incrustan en el imaginario colectivo sin pedir permiso. American Progress (1872), de John Gast, es una de ellas. Pintura sin sutilezas, pero con toda la fuerza de una narrativa: la del avance inevitable, la civilización como luz, la conquista como destino.
En pleno siglo XXI, esta imagen vuelve a circular desde cuentas oficiales de gobierno. ¿Es solo un guiño al pasado o una posible reafirmación simbólica de ideas asociadas a la identidad nacional? A veces, basta con mirar una pintura para entender cómo se construyen los relatos de poder.

La idea que se vendió como misión divina
En 1845, cuando el periodista John L. O’Sullivan escribió que era “el destino manifiesto de Estados Unidos expandirse sobre el continente”, no inventaba nada nuevo, pero sí le ponía nombre a una pulsión que ya estaba en marcha: ocupar, poblar, dominar. Y hacerlo con una supuesta legitimidad moral, como si se tratara de una misión celestial.
Bajo esta lógica se anexaron territorios, se desplazaron pueblos originarios, se empujaron fronteras y se borraron historias. La narrativa era clara: el futuro estaba hacia el oeste, y solo un país tenía el derecho de alcanzarlo.
El arte es político
John Gast no era un artista célebre, pero su imagen lo fue. American Progress condensa en una sola escena lo que mil discursos no pueden explicar con tanta claridad. Columbia (quien representa a Estados Unidos), una figura femenina con toga blanca, flota sobre la pradera como si guiara el destino. En una mano lleva un libro (representa la educación), en la otra tiende cables de telégrafo (representa la comunicación, modernidad). Y detrás de ella, el tren, los colonos, la “luz”.
Del lado opuesto, la oscuridad retrocede: pueblos indígenas, animales salvajes, caravanas que parecen no pertenecer a ese futuro prometido. No hay conflicto en la imagen, no hay oposición. Solo una marcha triunfal que avanza como si fuera natural.
Aunque no muchas obras representaron el Destino Manifiesto de forma tan literal, esta estética del progreso como conquista aparece también en los paisajes idealizados del Oeste norteamericano. En ellos, la tierra se ve vasta, vacía, lista para ser poseída.
¿American Progress en 2025?
Que American Progress reaparezca hoy, más de siglo y medio después de su creación, no deja de ser curioso. La imagen ha sido compartida recientemente por cuentas oficiales del gobierno estadounidense, como la del Department of Homeland Security. ¿Por qué volver a poner en circulación una pintura que representa el avance de la civilización sobre la “oscuridad”? ¿Qué significa recuperar esta narrativa visual en pleno 2025?
Conociendo el contexto histórico del Destino Manifiesto, y la forma en que este justificó guerras, desplazamientos y políticas de exclusión, vale la pena preguntarse: ¿qué ecos de ese pensamiento siguen vivos hoy? ¿Puede esta imagen hablarnos también de las fronteras actuales, de los discursos sobre migración, de la idea de quién avanza y quién no en ese camino?
Tal vez no se trate solo de nostalgia histórica. Tal vez la imagen siga cumpliendo su función: representar una idea de nación que avanza dejando a otros al margen.
American Progress no es solo un cuadro viejo. Es una ventana a una forma de pensar que se presentó como sentido común. Mirarla con atención —hoy, ahora— es un acto político. No para negar la historia, sino para entender qué parte de ese relato seguimos repitiendo sin darnos cuenta.

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