¿Las meninas son una selfie? Y otras preguntas que nos sigue provocando la obra de Velázquez

A más de tres siglos de su creación, Las meninas sigue planteando preguntas. ¿Es un retrato? ¿Un juego visual? ¿Una selfie barroca? Este texto explora por qué esta pintura de Velázquez aún nos mira y nos interpela.

El 6 de agosto se conmemora el aniversario luctuoso de Diego Velázquez, uno de los artistas más influyentes de la historia del arte. A más de tres siglos de su muerte, su obra sigue viva y tan enigmática como siempre. Las meninas, su pintura más famosa, ha sido reinterpretada, teorizada, imitada y transformada una y otra vez. Este texto es una mirada a su legado, desde los pasillos del Palacio Real hasta los rincones de internet.

Diego Velázquez, Las meninas, 1656. Óleo sobre lienzo, Museo del Prado, Madrid.

Diego Velázquez: el artista que miraba más allá

Diego Velázquez nació en Sevilla en 1599, en una España poderosa por fuera, pero llena de problemas por dentro. Como era costumbre en Andalucía, usó el apellido de su mamá —Velázquez— en lugar del de su papá. Desde muy joven mostró talento para pintar y empezó a aprender con Francisco Pacheco, un maestro reconocido. No solo fue su alumno: también se casó con su hija, algo bastante común en esa época, y que de paso le ayudó a abrirse camino en el mundo del arte.

Con el tiempo, Velázquez llegó a trabajar directamente para el rey Felipe IV. Fue el pintor oficial de la corte, lo que le dio acceso a palacios, personajes poderosos y muchas oportunidades para hacer retratos. Pero su talento iba más allá de pintar gente con trajes elegantes. Velázquez era un gran observador: captaba los gestos, los silencios, lo que pasaba en segundo plano. Sus cuadros no solo muestran cómo se veía el mundo, también nos hacen pensar en cómo funciona.

Un dato importante (y también incómodo): Velázquez tuvo un esclavo llamado Juan de Pareja. Años después, le dio su libertad y Pareja logró convertirse en pintor por su cuenta. Esta historia nos recuerda que incluso los grandes artistas vivieron en sistemas muy desiguales, aunque a veces, como en este caso, hubo momentos en los que esas estructuras se rompieron un poco.

Velázquez fue muchas cosas: un artista brillante, un hombre de su tiempo y, sobre todo, alguien que supo mirar más allá de lo obvio.

Pablo Picasso, Las meninas, 1957. Óleo sobre tela. Pintado en Cannes como parte de una serie de más de 50 reinterpretaciones de la obra original de Velázquez.

Las meninas: una obra que nunca se acaba

Velázquez pintó Las meninas en 1656, y aunque han pasado más de 350 años, sigue siendo un misterio con marco. A simple vista, parece un retrato de la infanta Margarita rodeada de sus damas, un perro echado en el suelo, dos bufones y, al fondo, el propio Velázquez pintando. Pero nada es tan simple: hay un espejo, reflejos, personajes que nos miran y otros que no sabemos bien qué están mirando. Es una pintura que parece estar viva.

Curiosamente, en su momento no se llamó Las meninas (que significa “las damas de compañía” en portugués). Ese título llegó mucho después. Tampoco era una pintura destinada a colgarse en una iglesia o en un salón principal: su lugar estaba en el estudio privado del rey. Quizá por eso Velázquez se dio el lujo de experimentar tanto.

Las meninas es un gran ejemplo de metapintura: un cuadro dentro de un cuadro, donde el acto de pintar se vuelve parte del tema. El espejo del fondo refleja a los reyes, pero no queda claro si están siendo retratados, si están frente al cuadro (como nosotros) o si solo existen en ese reflejo. Hay muchas teorías al respecto, y eso es parte del encanto.

Otro detalle interesante: la cruz roja que Velázquez lleva en el pecho, símbolo de la orden de Santiago, no estaba en el cuadro original. Fue añadida después, quizá por orden del propio rey, como reconocimiento al pintor. También se ha analizado la paleta de colores del cuadro: algunos estudios apuntan a que Velázquez usó grana cochinilla —un pigmento rojo intenso de origen mexicano—, lo que conecta la pintura con las redes globales del imperio español.

Filósofos, historiadores y teóricos han intentado descifrar esta obra sin agotarla. Michel Foucault la usó para hablar sobre cómo nos vemos a nosotros mismos (y cómo desaparecemos en esa mirada); Jonathan Brown la analizó desde el contexto de la corte; Svetlana Alpers la comparó con formas de ver propias del arte holandés; y Byron Ellsworth Hamann la conectó con el mundo colonial y las Américas. Cada uno encontró algo distinto, y eso es justo lo que hace de Las meninas una obra inagotable: nunca se deja entender del todo.

Mural de una Menina (princesa Margarita) y Velázquez en Lavapiés, travesía de la Primavera, Madrid, España. Obra de Primo (antes conocido como Primobanksy).

¿La primera selfie de la historia?

Mucho antes de que existiera el término «selfie», Velázquez ya había encontrado la forma de colarse en su propia obra. En Las meninas, se autorretrata de pie, pincel en mano, frente a un gran lienzo que no vemos, pero que claramente está pintando. Nos mira directamente, como si estuviéramos en la habitación con él. ¿Pero a quién pinta realmente? ¿A los reyes que se reflejan en el espejo del fondo? ¿A nosotros?

Este gesto ha hecho que muchos llamen a Las meninas la primera selfie de la historia del arte. Pero no se trata solo de un autorretrato: es también una declaración de estatus. Velázquez, que no era noble de nacimiento, se representa en un lugar central, activo, poderoso. No aparece como un sirviente, sino como un artista con autoridad, incluso con ambiciones políticas. La cruz de la orden de Santiago que lleva en el pecho —añadida después, cuando fue nombrado caballero— también dice algo sobre cómo quería ser recordado.

Entonces, ¿es Las meninas una selfie barroca o una forma sutil de reclamar su lugar en la corte? Tal vez ambas cosas. Lo que es claro es que Velázquez rompió las reglas de lo que una pintura podía ser: convirtió un retrato en una pregunta abierta sobre quién mira a quién, quién tiene el poder y quién queda dentro (o fuera) del encuadre.

De la corte al pop: las mil vidas de Las meninas

Pocas obras han tenido tantas vidas como Las meninas. Lo que comenzó como un retrato de la corte en el siglo XVII se ha transformado en un ícono que sigue inspirando a artistas, diseñadores y hasta creadores de memes.

Velázquez dejó tal huella que incluso Goya le rindió homenaje más de un siglo después pintándose a sí mismo en el mismo rol del pintor real, en su famosa La familia de Carlos IV. Esa escena familiar y cargada de política no existiría sin Las meninas como antecedente.

En el siglo XX y XXI, las reinterpretaciones no han parado. Picasso hizo más de 50 versiones del cuadro, desarmándolo y reconstruyéndolo con su estilo cubista. Dalí también le entró al juego, y Botero llevó a los personajes al mundo redondeado de su pintura. Manolo Valdés tomó a las meninas como base para esculturas gigantes y coloridas que hoy decoran las calles de Madrid, y también creó pinturas que las vuelven casi abstractas. El fotógrafo Joel-Peter Witkin hizo una versión oscura y perturbadora.

Y claro, Las meninas no se quedaron solo en los museos: llegaron al mundo pop. Hay versiones con Los Simpson, Las chicas superpoderosas, personajes de anime, gatos, emojis… y casi cualquier cosa que puedas imaginar. En redes sociales, la composición se presta para parodias, fan arts y reinterpretaciones infinitas. Hay quienes recrean la escena en TikTok o Instagram con filtros y disfraces, manteniendo viva la pregunta: ¿quién está en el centro de la imagen?, ¿quién observa a quién?

De pintura de corte a plantilla para stickers, Las meninas se convirtió en un espejo donde cada época —y cada persona— puede verse reflejada. Como si el cuadro original nos invitara a seguir completándolo, una y otra vez.

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