En pleno 2025, el cine de terror independiente ha encontrado en Ari Aster una voz singular. El director y guionista estadounidense, responsable de Hereditary (2018) y Midsommar (2019), ha sido celebrado por construir atmósferas densas y emocionalmente asfixiantes.
Sin embargo, más allá de su dominio narrativo, hay un elemento en su obra que merece una lectura más profunda: la representación de la discapacidad y la “diferencia” como elementos sagrados, divinos o dotados de un poder que trasciende lo humano.
Hereditary: lo no normativo como vehículo de lo sobrenatural
En Hereditary, la tragedia de la familia Graham se enreda con un culto espiritista que busca traer de vuelta al demonio Paimon. Charlie, la hija menor, es la portadora de esa entidad. Aunque Aster nunca nombra su condición, su aspecto físico y su comportamiento rompen con los estándares de belleza y representación habituales en el cine.

Lejos de presentar esta diferencia como debilidad, la convierte en el recipiente ideal para un poder oculto. Esto dialoga con una tradición histórica en la que lo “monstruoso” —del latín monstrum, “advertencia”— no era sinónimo de terror, sino un signo que interrumpía el orden natural y traía un mensaje divino.
Midsommar: la divinidad en lo distinto
En Midsommar, una comunidad aislada elige como “oráculos” y figuras sagradas a personas nacidas con discapacidades, en un acto que subvierte la narrativa habitual. Aquí, lo que en otros contextos se considera una “limitación” se entiende como una conexión directa con lo absoluto.
Esta idea encuentra eco en la tragedia griega y en los bestiarios medievales, donde lo diferente encarnaba advertencias y revelaciones.
En la Alta Edad Media, nacimientos con malformaciones eran interpretados como prodigios: eventos que rompían la normalidad y portaban un significado trascendental.
La estética de lo otro
Históricamente, las estructuras de poder han vinculado lo bello con lo bueno y lo feo con lo malo, reforzando una jerarquía estética y moral. El cine de Aster cuestiona esa línea. En sus historias, lo otro no es un residuo de la naturaleza, sino parte legítima de ella.
Como sugiere Foucault, el “monstruo” es una categoría biopolítica que revela las condiciones de posibilidad de la individualidad. En este sentido, Aster rescata esa noción original de lo monstruoso como algo prodigioso, que está praeter naturam —más allá de la naturaleza— y, por tanto, más allá de los prejuicios que intentan domesticarlo.
Un espejo para el presente
En tiempos donde la imagen sigue dictando valor, Aster nos recuerda que el poder también habita en lo raro, en lo otro, en lo que consideramos decadente o monstruoso.
Sus películas son un recordatorio de que la belleza no siempre brilla: a veces incomoda, a veces asusta, y a veces nos obliga a mirar aquello que preferiríamos no ver

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