Hay quienes se visten para desaparecer y quienes se visten para gritar quiénes son. En un extremo está el clean look: minimalismo quirúrgico, colores claros y sobrios, maquillaje que pretende no existir. Aunque su boom empezó en 2021, en 2025 se ha convertido en el uniforme visual del momento, como una evolución depurada de estéticas anteriores.
En el otro polo vive el total look: una apuesta maximalista nacida de las pasarelas y del deseo de los diseñadores de crear universos completos. Aquí el color, la textura y el exceso no son errores: son manifiestos. Aunque su historia se remonta a principios del siglo XX, sigue siendo una herramienta potente para declararle al mundo quién eres.
En la moda del siglo XXI, el clean look seduce con su promesa de pulcritud, pero también puede diluir nuestras particularidades. El total look, en cambio, resiste: es el antídoto visual frente a la neutralidad obligatoria.

Moda en crisis, estilo como refugio
En tiempos de crisis, la moda siempre responde. El clean look se ha interpretado como una reacción directa a la incertidumbre económica y social: minimalismo depurado, control absoluto, la promesa de que “menos es más”. En un mundo marcado por la inflación, los conflictos globales y la ansiedad colectiva, este estilo ofrece una ilusión de orden: un peinado perfectamente pulido, un maquillaje que parece inexistente pero realza lo justo, y un atuendo sobrio que proyecta estabilidad. Sin embargo, Hailey Bieber, Zendaya, Bella Hadid, sus principales embajadoras, encarnan un ideal estético hegemónico que, lejos de liberar, puede alimentar inseguridades en quienes no encajan en esos cánones.
El total look responde con el extremo opuesto: rechaza la austeridad, abraza el exceso. Es un manifiesto de color, texturas y combinaciones que no piden disculpas. Esta estética entiende vestirse como un acto de diseño consciente, una celebración de la creatividad incluso en contextos adversos. Puede construirse desde la alta costura o desde el tianguis, cazando piezas de segunda mano para combinarlas en armonías imposibles. La pasarela lo vio nacer, pero las calles y las redes lo adoptaron como bandera: ahí está la tendencia de TikTok donde alguien dice “me voy a dormir, me despiertan cuando les haya fallado en algún look” mientras desfilan outfits maximalistas.
No se trata de que ambos estilos estén en guerra. El problema es que el clean look, con su aparente neutralidad, puede diluir las particularidades hasta borrar la identidad. La ropa no es solo una cubierta: es una declaración pública de quiénes somos. En un momento en que las tendencias se multiplican y se replican sin freno en internet, la pregunta no es cuál está “de moda”, sino cuál habla realmente de ti.

¿Qué dice tu ropa cuando no dices nada?
Cada estilo carga con un archivo visual que lo antecede. El clean look se inspira en el minimalismo, el modernismo y la Bauhaus; el total look refleja el barroco, el punk y el kitsch. El total look es representado por artistas como Yayoi Kusama: sus vestidos y performances saturados de lunares convierten su cuerpo y su entorno en un manifiesto visual que abraza la abundancia y la extravagancia. El cuerpo, en ambos casos, se convierte en un lienzo.
Aunque la estética pulcra pueda leerse como “falta de personalidad”, no debemos olvidar que toda ausencia es también una declaración. Cuando Kazimir Malévich pintó Blanco sobre blanco, llevó la abstracción al límite: un gesto radical, casi místico, que hablaba sobre la nada y el infinito. ¿Es el clean look un equivalente contemporáneo del suprematismo ruso? Quizá, dependiendo de quién —y cómo— lo vista.
Roland Barthes, en El sistema de la moda, entiende la vestimenta como un lenguaje. A través de él comunicamos clase social, gusto, identidad e incluso nuestra actitud ante la vida. Desde esta óptica, el clean look es un conjunto de signos que transmiten austeridad, control, minimalismo y cierta sofisticación “anti-moda”. Su aparente neutralidad es tan significativa como el exceso. El total look, por su parte, construye uniformidad interna para generar un impacto visual total: comunica audacia, intención y un gusto por la teatralidad que rompe con la sobriedad del otro.
Jean Baudrillard, al analizar la moda dentro de la sociedad de consumo, apuntaba que no vestimos solo por funcionalidad, sino por los signos que las prendas encarnan: prestigio, estatus, pertenencia. La ropa, entonces, se convierte en una herramienta para moldear y exhibir identidades en un mundo donde estas son cada vez más maleables y fragmentadas. Clean look o total look, ambos son lenguajes para decir —o insinuar— quiénes somos, qué valoramos y a qué grupo queremos acercarnos.

Urano y Plutón: los planetas que dictan el estilo
La moda no solo es un gesto individual: también es un fenómeno colectivo, tejido por fuerzas invisibles que atraviesan generaciones. En astrología, los planetas sociales y generacionales —Urano, Neptuno, Plutón— marcan corrientes estéticas que no nacen en las pasarelas, sino en el espíritu de una época. Hoy, quienes dictan el pulso de las tendencias son los centennials con Plutón en Sagitario, una energía que busca la verdad y la transformación a través de la expansión de la conciencia y la exploración constante.
Esta generación creció en la era de la globalización digital, derribando fronteras culturales y estéticas. El resultado es un eclecticismo sin precedentes: prendas de distintas culturas y épocas conviven en un mismo look, el género se diluye en la ropa, lo formal y lo informal se mezclan —sneakers con traje— y lo “apropiado” se redefine a voluntad. Sagitario se rebela contra los dogmas y, en la moda, esa rebelión se convierte en estilo.
Urano, planeta de la rebelión y la originalidad, afina este impulso. La primera parte de la Generación Z nació con Urano en Acuario, signo de las ideas futuristas y la fuerza colectiva. Ahí germina el total look más irreverente: Y2K, coquette, grunge, estéticas que funcionan como banderas visuales de pertenencia a un grupo. La ropa es manifiesto y contraseña.
La segunda mitad de esta generación lleva a Urano en Piscis, signo ligado al inconsciente y a la espiritualidad. Aquí la estética se vuelve más introspectiva: tonos neutros, tejidos suaves, siluetas cómodas. El clean look adquiere otra dimensión, menos vinculada a la pérdida de identidad y más a la búsqueda de conexión interna. Tendencias como el wellness y el autocuidado se vuelven parte de la narrativa. Vestirse ya no es solo mostrarse, sino habitar el cuerpo de forma consciente.
Más allá del look
Hoy las tendencias duran lo que un parpadeo: un día compras moñitos para ser coquette y al siguiente buscas estampados de leopardo para lograr un look Y2K. Entre la crisis económica y la incertidumbre sobre el futuro, muchas optamos por ropa de segunda mano o piezas de calidad que resistan el paso del tiempo. Nuestra ropa habla de quiénes somos, pero también existimos más allá de ella.
En un mundo donde la moda y el consumismo parecen inseparables, la pregunta esencial no es qué estilo elegimos, sino qué huella dejamos. Ya sea clean look o total look, lo importante es que sea un reflejo auténtico de nosotras y que no olvide el planeta que habitamos. Porque la moda puede ser mágica, transformadora y rebelde… pero nunca debería costarnos la Tierra.

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