Cada agosto, el calendario mexicano se ilumina con dos celebraciones que se unen en un tributo a la imagen: el 15 de agosto, Día del Cine Nacional en México, y el 19 de agosto, Día Mundial de la Fotografía.
Aunque parezcan celebraciones independientes, en realidad laten con un pulso compartido: la creación de imágenes que moldean nuestra memoria colectiva, emociones profundas y narrativas culturales. En el vasto panorama del cine mexicano, la fotografía cinematográfica trasciende su rol técnico para convertirse en un arte esencial, tejiendo identidades nacionales y evocando emociones que perduran más allá de las palabras.
Una Chispa de Luz: Del Daguerrotipo al Cine
El 19 de agosto de 1839, Louis Daguerre descubrió el daguerrotipo en París, inaugurando la era de la fotografía al capturar la luz sobre placas metálicas y convertirla en recuerdos eternos. Esta innovación no solo revolucionó la documentación visual, sino que sentó las bases para un nuevo medio expresivo que capturaba la esencia fugaz de la realidad.
Un siglo después, esa luz primigenia se expandió hacia el cine mexicano, evolucionando de imágenes estáticas a narrativas dinámicas proyectadas en salas oscuras. La fotografía cinematográfica mexicana no solo registra momentos; construye universos enteros, fusionando técnica y creatividad para inmortalizar la identidad cultural. En este contexto, los directores de fotografía se convierten en arquitectos de la memoria, manipulando sombras y brillos para evocar emociones profundas y contextos históricos.

Los Primeros Claroscuros: Santa y la Llegada del Sonido
Antes del auge del Cine de Oro, el cine mexicano ya demostraba el poder transformador de la fotografía en Santa (1932), la primera película sonora del país. Bajo la dirección de fotografía de Alex Phillips, los contrastes intensos de luz y sombra amplificaron el dramatismo de esta historia de redención y tragedia, marcando un hito en la narrativa visual.
Más allá de su innovación técnica, Santa ilustró cómo la cámara podía transmitir pasiones humanas intensas, forjando un lenguaje visual autóctono en un México que comenzaba a verse reflejado en la gran pantalla. Phillips, con su maestría en el claroscuro, no solo iluminó escenas; creó atmósferas que resonaban con la complejidad emocional de la época posrevolucionaria, sentando precedentes para futuras generaciones de directores de fotografía en el cine mexicano.

Los Claroscuros del Cine de Oro: Un México Mítico
Durante las décadas de 1940 y 1950, el Cine de Oro mexicano alcanzó su zenit gracias a la visión poética de Gabriel Figueroa, cuyo trabajo elevó la fotografía a un rol narrativo central. Influenciado por el muralismo y la pintura clásica, Figueroa forjó un imaginario nacional que trascendió fronteras, convirtiendo paisajes y rostros en iconos eternos.
En María Candelaria (1943), las aguas serenas de Xochimilco se transformaron en espejos de un México ancestral; en Enamorada (1946), la luz mitificó la presencia de María Félix, infundiéndole un aura de heroína romántica; y en Macario (1960), las atmósferas barrocas dieron forma tangible a la muerte. Figueroa no se limitaba a capturar la realidad: la reimaginaba con un romanticismo exuberante, definiendo la percepción global de México y consolidando su legado como uno de los directores de fotografía más influyentes en la historia del cine mexicano.
Entre Sombras y Fantasmas: El Terror de Taboada
En las décadas de 1970 y 1980, el cine de terror mexicano encontró una voz visual única en las obras de Carlos Enrique Taboada, donde la fotografía se convirtió en un instrumento del suspenso y lo sobrenatural. Películas como Hasta el viento tiene miedo (1968), fotografiada por Agustín Jiménez; El libro de piedra (1969), bajo la lente de Ignacio Torres; y Más negro que la noche (1975), con dirección de fotografía de Daniel López, utilizaron pasillos tenebrosos, siluetas etéreas y encuadres tensos para evocar un gótico local.
Estas cintas no solo buscaban aterrorizar; construían un imaginario que transformaba lo cotidiano en lo inquietante, dialogando con miedos universales a través de imágenes arraigadas en la cultura mexicana. Los directores de fotografía Jiménez, Torres y López jugaron un papel crucial al manipular la luz para intensificar la atmósfera, demostrando cómo la fotografía cinematográfica mexicana podía explorar las sombras del subconsciente colectivo con maestría creativa.
Del Mito a la Realidad: La Transición hacia lo Cotidiano
Con el declive del Cine de Oro, las cámaras mexicanas abandonaron los escenarios idealizados para abrazar un México más crudo y auténtico. En los años 70 y 80, la fotografía cinematográfica adoptó una mirada menos estilizada, pavimentando el camino al Nuevo Cine Mexicano de los 90.
Un ejemplo emblemático es Como agua para chocolate (1992), fotografiada por Emmanuel Lubezki, donde la luz resalta emociones viscerales y texturas sensoriales, desde el calor de una cocina tradicional hasta la aridez de paisajes desolados. Lubezki transformó la fotografía en un retrato íntimo, alejándose de postales románticas para capturar la esencia humana, enriqueciendo el cine mexicano con una profundidad emocional que invita a la reflexión sobre tradiciones y pasiones.

El Pulso Urbano: La Cámara como Testigo
El nuevo milenio inauguró una revolución visual en el cine mexicano, con películas que convirtieron la urbe en un protagonista vivo. En Amores Perros (2000), Rodrigo Prieto capturó la Ciudad de México como un ente caótico y contradictorio, saturado de energía cruda que reflejaba las fracturas sociales.

Un año después, Emmanuel Lubezki en Y tu mamá también (2001) adoptó un estilo casi documental, capturando la espontaneidad de un país en metamorfosis con encuadres fluidos y luz natural. Estos directores de fotografía Prieto y Lubezki no solo documentaron; testificaron la transición urbana, utilizando la luz para subrayar tensiones sociales y personales, y posicionando al cine mexicano en el mapa global con innovaciones técnicas y narrativas.

La Memoria como Lienzo Emocional
La fotografía cinematográfica mexicana contemporánea se erige como un lienzo de recuerdos y emociones. En Roma (2018), Alfonso Cuarón asumió la dirección de fotografía para plasmar sus memorias en blanco y negro, creando un archivo personal que también funge como crónica histórica de la Ciudad de México en los 70.

Por otro lado, La tirisia (2014), fotografiada por César Gutiérrez Miranda, emplea la luz abrasadora y el polvo en suspensión para narrar la ausencia y el estancamiento en comunidades marginadas. En ambas, la fotografía trasciende lo estético: se convierte en un vehículo de empatía y reflexión, evocando emociones que conectan lo individual con lo colectivo en el vasto cine mexicano.

Nuevos Lenguajes: Un México Fragmentado y Global
Hoy, la fotografía en el cine mexicano navega entre lo local y lo global, explorando diversidades culturales con audacia. Alexis Zabé, en Temporada de patos (2004) y Post Tenebras Lux (2012), experimenta con colores y texturas que desdibujan fronteras entre realidad y sueño.


Asimismo, Damián García en Güeros (2014) y Ya no estoy aquí (2019) utiliza el blanco y negro para resaltar crisis sociales, y colores vibrantes para dialogar con la nostalgia migratoria en Monterrey. Estos directores de fotografía convierten la luz y el color en códigos culturales tan potentes como el guion, reflejando un México en transformación constante y enriqueciendo el discurso visual con perspectivas innovadoras.


La Fotografía como Alma del Cine
Al igual que la fotografía fija inmortaliza instantes efímeros, la fotografía cinematográfica mexicana ha forjado la memoria colectiva de una nación, entrelazando emociones, paisajes y relatos en un tapiz inolvidable. Es el hilo invisible que une el dramatismo de un rostro, la majestuosidad de un horizonte y la intimidad de una historia personal.
Celebrar el Día del Cine Nacional y el Día Mundial de la Fotografía no es honrar dos mundos aislados, sino reconocer la potencia de una luz unificada: aquella que ilumina nuestra esencia presente y futura. Si eres apasionado por la fotografía en el cine mexicano o buscas inspiración en directores de fotografía legendarios, este legado visual invita a redescubrir México a través de sus imágenes más icónicas.
@lapaodawan / Paola Sanabria







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