Assassin’s Creed es una franquicia de videojuegos de acción y aventura reconocida no solo por su jugabilidad, sino por su recreación de épocas y lugares históricos. A lo largo de la saga, el arte, la arquitectura y los personajes célebres de cada periodo conviven con una narrativa de ciencia ficción que ya es marca registrada.

Assassin’s Creed y la historia hecha videojuego
El eje central es el conflicto entre dos facciones: los Asesinos, que luchan por la libertad, y los Templarios, que buscan imponer el control. Para acceder al pasado, la corporación Abstergo desarrolla el Ánimus, una máquina que permite a las personas revivir los recuerdos de sus antepasados a través de su ADN.
El objetivo suele ser interactuar con personajes históricos, participar en los acontecimientos de la época y encontrar artefactos antiguos que puedan cambiar el curso de la historia. Esa mezcla de misión política, filosófica y personal es lo que diferencia a la serie de otros videojuegos.
El distintivo de Assassin’s Creed es su capacidad de sumergir al jugador en periodos históricos detalladamente reconstruidos:
- Las Cruzadas
- El Renacimiento italiano
- La Revolución Francesa
- La Antigua Grecia
- El Antiguo Egipto
- La Era Vikinga
Cada entrega se apoya en una investigación exhaustiva de la arquitectura, el arte y los registros históricos, lo que permite caminar entre figuras como Leonardo da Vinci, Sócrates o Cleopatra.
Assassin’s Creed es una mezcla de historia, ciencia ficción y fantasía que convierte el videojuego en un medio para vivir y explorar algunas de las épocas más fascinantes de la humanidad.

Assassin’s Creed como museo interactivo
En Assassin’s Creed, el arte y la arquitectura no son un mero telón de fondo: son protagonistas. La saga funciona como un museo interactivo donde es posible recorrer monumentos históricos con una fidelidad arquitectónica difícil de igualar. Desde el Partenón de Atenas hasta la Mezquita de Damasco o el Coliseo de Roma, cada edificio está diseñado no solo para ser visualmente impresionante, sino también para ser funcional: el jugador puede escalar, explorar y recorrerlos en detalle.
Las ciudades están construidas como si fueran personajes. Cada espacio urbano cuenta una historia sobre la época y la cultura que representa. Incluso la atmósfera varía: el sol brillante en el Renacimiento italiano, la neblina sombría del Londres victoriano o los tonos terrosos de Bagdad en el siglo IX. El vestuario, la gestualidad y hasta el lenguaje de los personajes secundarios refuerzan esta inmersión histórica.
El arte también ha evolucionado con la tecnología. Los primeros juegos, como el original o Assassin’s Creed II, se enfocaban en el diseño de niveles pensados para la escalada y el sigilo. Con el paso del tiempo, la dirección artística se volvió más ambiciosa: mundos abiertos vastos y vibrantes en Origins, Odyssey y Valhalla, donde el entorno es la pieza central de la experiencia.
La fidelidad en la recreación de entornos históricos es hoy la marca más reconocida de la saga. Ubisoft trabaja con historiadores y utiliza técnicas como la fotogrametría para dar vida a ciudades enteras: de la Florencia renacentista al París revolucionario o el Antiguo Egipto. El ejemplo más célebre es Assassin’s Creed Unity: su modelo de la catedral de Notre Dame fue tan detallado que, tras el incendio de 2019, llegó a considerarse como referencia para la restauración del monumento.

Unity y la memoria de Notre Dame
Assassin’s Creed Unity se desarrolla en el París del siglo XVIII, durante la Revolución Francesa. El jugador controla a Arno Dorian, un joven noble que se une a la Hermandad de los Asesinos en busca de venganza por la muerte de su padre adoptivo y de redención personal. La trama lo acompaña en su transformación: de un muchacho impulsivo a un maestro asesino que descubre una conspiración en la que tanto Asesinos como Templarios manipulan el curso de la revolución.
El corazón narrativo del juego está atravesado por la relación romántica de Arno con Élise de la Serre, una Templaria de alto rango. Su historia oscila entre el deber hacia la Hermandad y sus sentimientos personales, creando un conflicto que va más allá de la política o la guerra.
Más allá de la trama, Unity es célebre por su recreación de Notre Dame. La artista principal, Caroline Miousse, dedicó meses a estudiar planos, fotografías y archivos, además de trabajar con historiadores, para modelar la catedral con una fidelidad asombrosa. Aunque no se trata de una réplica “científicamente perfecta” pues hubo licencias artísticas y adaptaciones para la jugabilidad, el resultado convirtió al monumento en protagonista del juego.
Tras el incendio de 2019, se llegó a especular con el uso de este modelo para la restauración. Sin embargo, los arquitectos y restauradores trabajaron con fuentes mucho más precisas: los escaneos láser de alta definición que el historiador del arte Andrew Tallon había realizado en 2010, capaces de registrar hasta el milímetro. Estos datos fueron la base científica del proceso.
Aun así, la contribución de Ubisoft fue significativa. La compañía donó 500,000 euros a la causa y liberó el juego de forma gratuita para que millones de personas pudieran recorrer virtualmente la catedral. No aportó una solución técnica, pero sí un gesto cultural: mantener viva la memoria de Notre Dame en medio de la tragedia.

¿Puede un videojuego preservar patrimonio?
Assassin’s Creed nació como un videojuego de acción, pero se convirtió en un puente inesperado entre el arte digital y la historia. En Unity, la catedral de Notre Dame dejó de ser un simple escenario: se transformó en memoria, en experiencia compartida por millones de jugadores que pudieron recorrerla con detalle antes de que las llamas la marcaran para siempre.
Aunque el modelo del juego no fue la base técnica de su reconstrucción, sí abrió otra grieta en el debate cultural: ¿puede un videojuego preservar patrimonio? ¿Qué tanto pesa la fidelidad digital frente al trabajo de la restauración material? ¿Hasta dónde llega el arte interactivo cuando toca la memoria colectiva?
Quizá Notre Dame seguirá siendo un templo de piedra y vitral, pero también es, desde hace años, una catedral virtual que habita en la memoria de quienes la escalaron en pantalla. Y en ese cruce entre historia y ficción, entre lo tangible y lo digital, está una de las mayores aportaciones de Assassin’s Creed: recordarnos que salvar un edificio no siempre empieza con piedras, a veces empieza con pixeles.

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