Los tianguis no son solo mercados: son territorios estéticos donde la gráfica popular late con fuerza propia. A diferencia de los espacios controlados por marcas, agencias o algoritmos, el tianguis es una zona de libertad visual, un espacio donde el diseño se produce de manera colectiva, improvisada y urgente.
En sus pasillos se cruzan colores fosforescentes que rebotan en lonas de vinil, tipografías dibujadas a mano con plumón, fotocopias en blanco y negro pegadas con cinta sobre postes oxidados. Es un paisaje saturado, ruidoso, pero vivo: un archivo que se reescribe cada semana. Cada puesto es un stand efímero y cada flyer es una cápsula cultural que cuenta algo de la calle, el barrio y sus dinámicas invisibles.

Flyers como manifiesto gráfico
El flyer de tianguis no busca la elegancia minimalista, sino la eficacia del grito. Un puño de letras góticas impresas en tinta deslavada, una Virgen pixelada, el rostro de un luchador o un logotipo de cerveza recortado de un anuncio viejo: todo convive sin jerarquías, porque lo importante es atrapar la mirada.
Este diseño no se ajusta a manuales de identidad, pero tiene un principio claro: destacar en medio del caos. Así, los flyers funcionan como manifiestos gráficos que condensan la urgencia del mensaje —“Gran Venta”, “Baile Sonidero”, “Reparación de Celulares”— en un soporte barato, casi desechable, que sin embargo logra ser memorable.

Estética de rebeldía
En la lógica del mercado global, donde las imágenes se producen con software de última generación, la estética del tianguis apuesta por lo manual, lo reciclado, lo inmediato. Sus flyers no imitan, inventan. No buscan la perfección, sino la contundencia. En esa precariedad material hay también una resistencia cultural: la afirmación de que el diseño no pertenece solo a las agencias o a las pantallas luminosas de las avenidas, sino también a las manos que pintan letreros a brocha gorda en el barrio.
Como escribió Monsiváis sobre la cultura popular urbana: “el ornamento es también un acto de sobrevivencia.” En los tianguis, la sobrecarga visual es estrategia de vida, un modo de hacerse presente en un mundo que a menudo los invisibiliza.

Muralismo accidental
Al pegarse en muros, postes o cortinas metálicas, los flyers configuran un muralismo accidental. Son piezas efímeras que, vistas en conjunto, se vuelven un archivo gráfico de la ciudad. Documentan la vida cultural y comercial de las periferias: el baile sonidero del sábado, la función de lucha libre en la colonia vecina, la venta de electrodomésticos usados.
Susan Sontag hablaba de la fotografía como “un acto de apropiación del mundo”. Los flyers de tianguis funcionan igual: capturan y multiplican los signos de una cultura que no necesita legitimación institucional para existir.

Caos como lenguaje
Lo que para algunos podría parecer ruido visual, para el ojo atento es un lenguaje en sí mismo. John Berger decía que “toda imagen es también una manera de ver el mundo.” En el caso del tianguis, esa mirada es múltiple, saturada, contradictoria, como la vida misma en la ciudad.
El caos de flyers, tipografías y colores no es desorden: es exceso como estética. Un rechazo a la uniformidad. Una invitación a leer la ciudad desde sus grietas, desde lo que no aparece en los espectaculares del periférico ni en las campañas globales de moda, sino en el pedazo de papel que anuncia el siguiente baile o la siguiente oferta en la esquina.


Deja un comentario