El Camino de Santiago no es solo una ruta; es un espejo. Cada paso revela una parte distinta del viajero, algo que estaba dormido o escondido. Para muchos, es un viaje hacia la fe. Para otros, un regreso a sí mismos. En 2011, Rosalía emprendió ese camino sin saber que, en realidad, estaba caminando hacia su propia voz.

El peregrino se enfrenta al cansancio, al silencio y a la soledad, pero también al asombro. Hay una magia silenciosa en observar cómo cambia el cuerpo, cómo cambia la mente, cómo la repetición de los pasos se vuelve una especie de mantra. En ese ritmo hay purificación y propósito.
Tal vez por eso, cuando años después escuchamos a Rosalía hablar de “camino” o de “renacer”, no suena casualidad. En su historia, caminar fue el primer acto artístico: una forma de escucharse.

¿Qué es el Camino de Santiago y por qué transforma a quien lo recorre?
El Camino de Santiago no es solo una caminata larga: es una experiencia que ha unido a millones de personas a lo largo de los siglos. Se trata de un conjunto de rutas de peregrinación que conducen hasta la majestuosa Catedral de Santiago de Compostela, en Galicia, al noroeste de España. Según la tradición, ahí descansan los restos del Apóstol Santiago el Mayor, uno de los discípulos de Jesús.
La historia cuenta que su tumba fue descubierta alrededor del año 830 d.C. y que el rey Alfonso II de Asturias fue el primer peregrino en recorrer el camino para rendirle homenaje. Desde entonces, esta travesía se convirtió en una de las tres grandes peregrinaciones cristianas de la Edad Media, junto con Roma y Jerusalén.
Pero el Camino no es solo fe: también es cultura, historia y encuentro. A lo largo de los siglos ha sido una arteria que conectó pueblos, lenguas y tradiciones. Hoy está reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, y miles de personas lo recorren cada año buscando algo distinto: silencio, respuestas, fuerza, o simplemente la experiencia de caminar por una ruta cargada de simbolismo.
Existen varias formas de hacerlo, conocidas como Rutas Jacobeas. Cada una tiene su carácter y su paisaje:
- El Camino Francés, el más famoso, atraviesa el norte de España desde Saint-Jean-Pied-de-Port (Francia) o Roncesvalles. Es el más transitado y con mejor infraestructura.
- El Camino Portugués, que parte desde Lisboa u Oporto, sigue el espíritu del Atlántico.
- El Camino del Norte, que recorre la costa cantábrica, deslumbra con acantilados y pueblos pesqueros, pero exige más esfuerzo físico.
- El Camino Primitivo, el más antiguo, parte de Oviedo y sigue la senda original del rey Alfonso II.
Cada ruta ofrece una versión distinta de la misma experiencia: la de ponerse en marcha hacia lo sagrado, sea cual sea la definición personal de lo divino.

El Camino de Santiago hoy: una ruta hacia adentro
Aunque el Camino de Santiago nació como una peregrinación cristiana, hoy sus senderos están llenos de personas de todas las creencias (y de ninguna). Cada quien lo recorre movido por una búsqueda distinta: algunos buscan silencio y sentido, otros quieren retarse físicamente, reconectar con la naturaleza o simplemente caminar hacia un lugar con historia.
El Camino sigue siendo una experiencia transformadora. A lo largo de los kilómetros, los peregrinos coleccionan sellos en la Credencial del Peregrino, un pequeño cuaderno que se convierte en testigo de su paso por pueblos, albergues y capillas. Al llegar a la Catedral de Santiago de Compostela, quienes hayan recorrido al menos 100 kilómetros a pie o 200 en bicicleta pueden recibir la Compostela, un certificado en latín que acredita su peregrinación.
Pero más allá del papel y los sellos, lo que muchos encuentran es algo menos tangible: una claridad interior. Porque el Camino, más que una ruta geográfica, es una experiencia espiritual. En cada paso, el cuerpo se agota y el alma se ordena; el cansancio se vuelve oración, y el silencio, una forma de respuesta.

El Camino como metáfora espiritual
Cuando Rosalía contó que durante su peregrinación pidió poder dedicarse a la música, muchos lo interpretaron como si el Camino de Santiago fuera un portal para cumplir deseos. Pero el Camino no es mágico en ese sentido: es un proceso de transformación interior. Caminar cientos de kilómetros, bajo el sol o la lluvia, no busca la recompensa inmediata, sino un cambio profundo en quien lo recorre. Es un viaje de fe, de introspección y de voluntad.

En la tradición católica, el Camino de Santiago es un acto de piedad y penitencia. El peregrino ofrece su cansancio, su dolor y su esfuerzo como un sacrificio personal. No exige: ruega. No controla el resultado: se entrega. Y, según la fe, la gracia o el favor llega solo si Dios lo concede, muchas veces de una forma distinta a la esperada. El Apóstol Santiago es el intercesor, pero la voluntad final es divina.
En los Años Santos o Xacobeos, quienes cumplen la peregrinación pueden incluso recibir la Indulgencia Plenaria, el perdón total de las penas temporales por los pecados, cumpliendo ciertos ritos espirituales. Es un beneficio teológico, no material: una forma de renovación del alma.
Esa es la gran diferencia entre la espiritualidad tradicional del Camino y la práctica contemporánea de la manifestación. Mientras la fe católica se basa en la humildad, la entrega y la aceptación de la voluntad divina, la manifestación moderna apela al control, a la intención y al poder personal sobre el universo. En ambas hay un deseo —“quiero que esto suceda”—, pero el enfoque es opuesto: uno nace de la rendición, el otro del control.
Quizá ahí reside el encanto del Camino: en recordarnos que no todo se consigue con fuerza o afirmaciones, sino con fe, entrega y la disposición a transformarse en el trayecto.
El arte como plegaria: Rosalía y su camino
Si el Camino de Santiago fue el momento en que Rosalía pidió de corazón poder vivir de la música, todo lo que vino después parece una respuesta a esa plegaria. Su obra entera se ha convertido en una forma de fe: un altar sonoro donde lo sagrado y lo terrenal conviven.
Desde El mal querer hasta LUX, Rosalía ha tejido una relación íntima con la espiritualidad, la mística y la iconografía católica. No lo hace desde el dogma, sino desde la emoción y el símbolo: su arte es una conversación constante con lo divino.

En la portada de El mal querer, aparece rodeada por un halo dorado, casi como una virgen contemporánea. En LUX, se viste de blanco, con un hábito que evoca a las monjas de clausura, esas mujeres que consagran su vida al silencio y la contemplación. Su vestimenta no es un disfraz: es una declaración de entrega total a su vocación.
En el escenario, esa fe se vuelve cuerpo. Durante la gira de Motomami, en la canción “G3 N15”, fue elevada por sus bailarines en una imagen que recordaba a una crucifixión: una artista suspendida entre el sacrificio y la adoración. Es la representación visual del precio que implica la devoción al arte.
Su universo visual está lleno de símbolos reconocibles: el Sagrado Corazón, los rosarios, los retablos dorados y la imaginería de santos. Todo eso se mezcla con motos, uñas rojas y beats electrónicos. Esa fusión —que algunos llaman Christiancore— convierte lo religioso en una estética viva, emocional y desafiante.
En “Berghain”, una voz de Björk repite: “The only way I will be saved is through divine intervention.” Es un verso que resume su credo artístico: solo algo superior —llámese Dios, destino o vocación— puede salvarnos.
Rosalía ha contado que LUX nació de un periodo de ansiedad, y que sus letras son el reflejo de la lucha entre lo espiritual y lo terrenal. En una conversación con Rick Rubin, dijo que existe un “espacio” dentro de nosotros que solo puede llenarse con lo divino, aunque a veces intentemos ocuparlo con cosas materiales o relaciones humanas.
Esa tensión entre lo celestial y lo profano atraviesa toda su obra. Su música habita ese punto intermedio donde la fe se vuelve deseo y el deseo, oración. Es una espiritualidad sin iglesia: introspectiva, rebelde y profundamente humana.

El Camino no concede milagros: los revela
Quizá el Camino de Santiago no le concedió su sueño, sino algo más poderoso: la certeza. La convicción de que su arte era su forma de rezar. El éxito de Rosalía no fue un milagro repentino, sino el fruto de la voluntad que se forja cuando el cuerpo camina y el alma escucha.
El Camino la transformó. Y su música, desde entonces, sigue siendo una peregrinación; una búsqueda constante de luz en medio del ruido.

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