Cuando Bad Bunny reveló la portada de DeBÍ TiRAR MáS FOToS (2025), lo que más sorprendió no fue una imagen de lujo, de escenarios futuristas o de cuerpos en movimiento. Fue una escena estática y familiar: dos sillas blancas de plástico bajo un árbol. El gesto visual, aparentemente simple, activó una memoria colectiva que cruzó fronteras. En gran parte de América Latina –y de México en particular–, esas sillas no son solo objetos: son parte de la vida cotidiana, de la historia doméstica y del mobiliario emocional de millones.
Una historia global que aterrizó en patios mexicanos
La silla monobloque, también llamada «monobloc», fue creada en Europa en los años 70 como parte de una tendencia del diseño industrial que buscaba funcionalidad, bajo costo y producción en masa. Su invención se consolidó en 1972 con la Fauteuil 300 del francés Henry Massonnet, moldeada en una sola pieza de polipropileno mediante inyección. El resultado: una silla ligera, resistente y tan barata que se volvió omnipresente. Desde los años 80, su fabricación se expandió a nivel global. Hoy, se estima que circulan más de mil millones de estas sillas en el mundo.
México no fue la excepción. La silla monobloque se popularizó rápidamente en contextos urbanos y rurales, donde ofrecía lo que pocos muebles podían: resistencia al sol y la lluvia, apilabilidad, facilidad de transporte y bajo precio. Se volvió la opción preferida para reuniones familiares, fiestas comunitarias, bodas en la calle y comedores improvisados. Para muchas familias de clase trabajadora, significó tener por primera vez suficientes asientos para recibir a los suyos.
Del desprecio estético al símbolo social
A pesar de su funcionalidad, la silla monobloque fue estéticamente subestimada por diseñadores y urbanistas. En ciudades como Basilea (Suiza), incluso se llegó a prohibir su uso en espacios públicos por “afeamiento del entorno”. Pero ese desprecio es revelador: pocos objetos han sido tan democráticos y ubicuos como esta silla, y pocos han sido tan ignorados por el discurso oficial del diseño.
En México, la silla plástica blanca se integró de forma tan profunda al entorno cotidiano que su presencia pasó a ser casi invisible. La vemos en fondas, taquerías, escuelas rurales, iglesias, asambleas barriales o reuniones familiares. La silla se convierte en cama improvisada para niños dormidos, en mesa de refuerzo, en altar doméstico. Su versatilidad no es una virtud secundaria: es parte de su valor simbólico como mobiliario del pueblo.
El gesto de Bad Bunny: una imagen cargada de historia
La portada de DeBÍ TiRAR MáS FOToS no requiere explicación. Las dos sillas vacías bajo un árbol evocan un espacio de encuentro –o de ausencia–. En el contexto latinoamericano, pueden ser las sillas que quedaron tras la partida de alguien a Estados Unidos, o las que se alinean antes de una comida comunitaria. En Puerto Rico, isla natal de Bad Bunny, pueden leerse como una alusión directa al desplazamiento causado por la gentrificación, el turismo extractivo y la crisis colonial.
El álbum reflexiona sobre pertenencia, migración, memoria y territorio. La monobloc se convierte, así, en una metáfora visual poderosa: representa simultáneamente la invasión de productos globales a la región y la forma en que esos productos fueron resignificados desde abajo. La silla europea se volvió caribeña, mexicana, latinoamericana. Se volvió nuestra.
Cultura de masas, memoria y resistencia visual
Este tipo de objetos cotidianos raramente reciben atención cultural, salvo como chiste, meme o nostalgia. Sin embargo, la fuerza de la silla monobloc está en su capacidad de representar lo colectivo. Al ser tan común, no es de nadie, pero es de todos. En esa ambigüedad radica su potencia: puede aparecer en un videoclip de reguetón, en una fotografía de boda popular o en una protesta vecinal.
La decisión de Bad Bunny de colocarla al frente de su álbum no es solo una elección estética: es una declaración sociológica. Conecta la cultura material con la memoria afectiva. Pone al centro un objeto que simboliza tanto la vida cotidiana como la historia de la desigualdad y el ingenio latinoamericano para sobrevivir, adaptar y compartir.
La silla monobloque no es un adorno. Es archivo vivo. Es asiento democrático. Es testigo de celebraciones, ausencias y reencuentros. Y en la portada de DeBÍ TiRAR MáS FOToS, Bad Bunny la convierte en símbolo de una identidad compartida: la del pueblo latino que transforma lo que le imponen en algo propio. Al hacerlo, demuestra que los grandes gestos culturales pueden surgir de los objetos más humildes. Porque sí: esa silla de plástico, que a veces parece que está en todas partes, también puede ser un monumento.

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